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"Ciudad enmascarada que nos escondés el rostro a nosotros tus hijos: ¿Bailan juntos en tus noches los vivos y los muertos? ¿Salen juntos de cacería los vivos y los muertos? ¿Por qué tan larga nuestra vela de armas? ¿Con qué tinta se dibuja tu rostro?´¿Con qué sangre? ¿Mueren de estafa los hombres que mueren para que nuevamente nazcas?" Eduardo Galeano, "La canción de nosotros"

domingo, julio 06, 2008

CARTA PARA G.

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A Guillermo Binstock, mi amigo.
Desaparecido en 1976.
Tenía veinte años.


Nunca te escribí. Hoy me han dicho que te vieron hace ya dos años, que tenías un brazo paralizado por la electricidad, que decías que hay que sobrevivir. Que te agarraron y te metieron en un coche. Y después…

Nadie ha podido decirme nada más. Nadie. Nada.
Nunca te escribí. Pero no he dejado de pensarte.
¿Habrás sabido que me acordaba de vos? ¿Que reía abrazando la ciudad en tu espalda? ¿Que era viento en tu moto?
¿Sabés ahora que te estoy escribiendo? ¿Estás para saberlo?
Aquí París a las dos de la mañana. ¿Sentís el aire que corre? ¿Lo escuchás? Qué ganas de estar en Buenos Aires, de caminar por Corrientes, de darte la mano… Qué ganas de jugar con tus rulos, de verte sonreír… Qué ganas de abrazarte y de llorar con vos, Negro.
Hoy me hablaron de vos hoy te escribo. Tengo un vacío de siglos en la mente. Estábamos juntos. Vivíamos el mismo tiempo. Y de pronto el tiempo se rompió. No se rompió: lo rompieron. Nos catapultaron a la dimensión del horror.
Nunca te escribí. Nunca te conté mi pesadilla, Negro. Era noche cerrada. Giraba sobre una barra metálica. De acero. Giraba contra las agujas del reloj. Presa del movimiento de la barra. El mundo se alejaba. Presa de la oscuridad acelerada. Hasta que todo se rompía y sólo quedaba esa barra enloquecida. Entonces la sangre inundaba la pesadilla. Todo era sangre sólo sangre y yo seguía girando en medio de la sangre quería gritar y mi voz no salía abría la boca la boca se me llenaba de sangre la sangre se me helaba en la boca… estaba sola Negro giraba como un trompo en la nada viscosa donde sólo había sangre.
Estábamos juntos, vivíamos el mismo tiempo. Y nos lo arrancaron todo de un zarpazo.
Hoy vivimos dos tiempos distintos. El mío está marcado por el absurdo de haber sobrevivido. Soy una marioneta enajenada movida por los hilos de la rutina: me levanto hace frío hace calor me lavo el pelo me cepillo los dientes qué vestido me pongo quiero un sandwich de jamón y queso y un café bien cargado por favor… ¿Y el tuyo? ¿Tenés tiempo? ¡Negro! ¿Tenés tiempo? ¿Todavía? ¿Lo tenés?
-Los presos se mueren de hambre- dijo Tito. Los matan de hambre. Estábamos en una taberna gallega del barrio latino y la paella se me atragantó. Todavía no sé cómo estoy aquí, Negro. Todavía no entiendo por qué no me mataron. Cuando llegué a Ezeiza me moría de miedo. Mi zeide estaba ahí y yo lo miraba y sabía que nunca volvería a verlo. Él también lo sabía. Pobre zeide… La bobe, el riñón, papá… Y nosotras. Pensé que jamás subiría a ese avión, pero subí: no sé por qué nadie me detuvo. Mientras caminaba hasta el control de pasaportes esperaba esa voz que me ordenaría detenerme. ¡Alto! Un fierro en las costillas y chau. Pero no. No hubo alto ni fierro ni chupadero. Y cuando despegamos de Río y el comandante anunció que estábamos volando a seis mil metros de altura una voz estalló en mi cabeza: ¡soy libre! ¿Te das cuenta, Negro? Qué ironía… Libre… La puta lotería de la vida. Y ahora estoy en París. Nosotros aquí comiendo y vos…
Tito dejó los cubiertos en el plato y nos miró: -El general ordenó matar a todos los presos políticos de Córdoba-.
Dónde está el fusilador… ¿Quién cantaba esa canción, Negro?
Guillermo… ¿Cómo medís tu tiempo? ¿Cuando tenés hambre? ¿Cuando sentís dolor? ¿Cuando esperás cuando extrañás cuando recordás cuando desesperás? Voy a encender un cigarrillo. ¿Hace cuánto tiempo que no fumás?
¿Qué hora es? ¿Tenés hora? Por favor Negro, decíme que tu reloj funciona… Decíme que aún funciona. Decíme que tenemos tiempo, Negro. Que nos queda noche para tomar otro café en El Foro y un chocolate con churros en La Giralda hasta la madrugada. Decíme que esto no es verdad. Que yo no estoy aquí escuchando lo que pasa ahí. Ahora mismo vas a llegar a tu casa y mientras girás la llave despacito para no hacer ruido tu mamá se va a levantar y te va a preguntar si tenés hambre. ¡Negro! ¡El reloj! Ya sé que estás cansado pero dále cuerda no dejes que tu reloj se pare...
¿En qué esquina se estrelló tu moto? ¿Qué pesadilla te robó la alegría? ¿Qué abismo te tragó? Es tarde, Negro. Quiero volver. Decíme que estás ahí y lleváme a casa. Por favor…
¿Estarás? ¿Estarán? ¿Estaré? …Sueño con vos Guillermo. Sueño con todos. Y Buenos Aires tiene tu rostro, y el de Carolina, y el de Marcelo… Buenos Aires eran ustedes, Negro… Buenos Aires eras vos, era ella, era él.
¡Negro! ¿Me escuchás? Vos sabés mejor que yo que ya no quedan palabras. Y que te quiero.

París, febrero 1979
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Yo no soy sólo yo/ este cuerpo en la tierra/ estos ojos/ estos pies/ estas manos./ Yo no soy sólo yo:/ vengo desde muy lejos/ soy los que quise y quiero/ los que son/ los que fueron.

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